Comentario
Capítulo Primero
Teotlahtolli: Palabras divinas. Orígenes del mundo, el hombre y su cultura.
Abarca este primer conjunto de textos algunos de los más antiguos testimonios de la tradición prehispánica mesoamericana. Son las palabras divinas y primordiales en las que se relata cómo comenzó a existir el mundo y fue luego destruido y restaurado varias veces consecutivas, hasta llegar a la quinta edad, el quinto sol, el de la época nuestra en que vivimos. Portentoso fue el origen de esta quinta edad. Ocurrió éste en un lugar sagrado, en un arquetípico Teotihuacán, donde uno se transforma en dios. Allí, con el sacrificio de los dioses, el sol y la luna volvieron a alumbrar.
En contraste con este relato hay otro --henchido de simbolismo-- que habla del nacimiento de Huitzilopochtli, el dios tutelar de los aztecas o mexicas. Este dios era en realidad una manifestación del gran Tezcatlipoca, Espejo humeante, manifestación o hijo de la suprema pareja dual, Nuestra Madre-Nuestro Padre. El nacimiento de Huitzilopochtli en Coatepec, el Monte de la Serpiente, ha sido interpretado como el triunfo de la deidad Solar que, surgida de la Tierra, vence a la luna y a las cuatrocientas o innumerables estrellas. La diosa Coatlicue, la del faldellín de serpientes, es la madre de Huitzilopochtli. Coyolxauhqui, la de aderezo facial de cascabeles, hermana del dios solar, representa a la luna que se enfrenta al Sol e intenta darle muerte. Los cuatrocientos Huitznahuas, o guerreros del sur --las estrellas-- se alían a Coyolxauhqui en la lucha.
Pero Huitzilopochtli, al nacer, aparece ya armado, radiante de fuerza, y vence a sus hermanos. A Coyolxauhqui, la diosa del aderezo facial de cascabeles, la decapita y desmembra. El simbolismo de este teotlahtlolli, palabra divina, ha quedado plásticamente representado en el Templo Mayor de los aztecas. Hoy puede verse al pie del mismo --en la zona arqueológica en el centro de la ciudad de México-- la efigie decapitada y desmembrada de la diosa Coyolxauhqui En lo más alto del templo estuvo la efigie victoriosa de Huitzilopochtli, el Sol, adorado por el pueblo mexica.
Los antiguos relatos en lengua nahuatl hablan también del viaje que hizo el dios Quetzalcóatl, Serpiente de plumas de ave quetzal, símbolo de la sabiduría del supremo Dios dual --Nuestra Madre-Nuestro padre-- cuando descendió a los pisos inferiores del Mictlan, región de los muertos. Allí fue para rescatar los huesos preciosos de los hombres que en otras épocas habían existido. Con ellos y con su propia sangre divina, Quetzalcóatl daría origen a una nueva generación de seres humanos.
Y también correspondió al dios Quetzalcóatl encontrar la semilla del maíz, el cereal americano que los nahuas llamaron tonacáyotl, nuestra carne, nuestro sustento. Para ello hubo de trasladarse al Monte de Nuestro Sustento y allí, con auxilio de la hormiga roja y de los dioses de la lluvia, obtuvo al fin el preciado maíz desgranado.
Ciclo distinto de la palabra divina es el que versa sobre otro Quetzalcóatl, el sacerdote que hizo suyo el nombre del dios. Fue este Quetzalcóatl el guía espiritual de los toltecas, predecesores de los mexicas. En él encontramos al héroe cultural por excelencia del mundo precolombino. El cuadro del reinado de Quetzalcóatl es la descripción de una vida de abundancia y riqueza en todos los órdenes. Los toltecas habían recibido de él su sabiduría y el conjunto de las artes. Quetzalcóatl habitaba en sus palacios de diversos colores, orientados hacia los cuatro rumbos del universo. Vivía allí en abstinencia y castidad. Pero sobre todo estaba consagrado a la meditación y a la búsqueda de nuevas formas de concebir a la divinidad.
Pero esa edad dorada de los toltecas tuvo también un término. El sabio sacerdote tuvo que huir hacia el oriente forzado por tres hechiceros que habían llegado a Tula para persuadirlo a introducir el rito de los sacrificios humanos. Los hechiceros le trastornaron el corazón y provocaron su ruina. Hablando con el gran sacerdote que aparece ya anciano y enfermo, los hechiceros le mostraron un espejo para que se contemplara a sí mismo cargado de años. En un largo diálogo trataron de persuadirlo a beber una bebida embriagante, que, según le dijeron, habían traído para sanarlo. Tras larga resistencia, Quetzalcóatl probó la bebida, la consumió y quedó al fin embriagado. Los hechiceros se dedicaron entonces a practicar maleficios en Tula. Cuando Quetzalcóatl tuvo conciencia de lo que había ocurrido, decidió marcharse hacia la región de la luz, al oriente, en donde está la Tierra del Color Negro y Rojo de la sabiduría.
Llegado a la orilla del mar, en las costas del Golfo, allí desapareció Quetzalcóatl para siempre. Según una versión, se embarcó en una balsa mágica hecha de serpientes. Según otra, se arrojó a una hoguera para salir de ella convertido en astro.
Muchos de estos mitos recuerdan, en su expresión rítmica, narraciones de otros pueblos y culturas. Esa forma de expresión que sigue un ritmo y que repite con frecuencia dos veces la misma idea, en forma de difrasismo paralelo, deja entrever que estos textos, memorizados desde tiempos antiguos, se repetían en los centros prehispánicos de educación y en las grandes fiestas religiosas.
Desde un punto de vista estilístico saltará a la vista en estos textos el sentido del pormenor, que lleva a describir detalles, a repetir o tratar de expresar un hecho o idea por todos sus ángulos, desde los más distintos puntos de vista. Pero al lado de ese sentido indígena del pormenor, aparece también en los textos la concepción de conjunto, dentro de la cual los detalles adquieren significado. Tanto en los mitos, como en otras formas de expresión poética, podrá descubrirse la extraordinaria fantasía indígena que llega muchas veces a sutiles abstracciones, maravillosamente expresadas a base de elementos concretos, de flores y cantos, plumajes de quetzal, jades y piedras preciosas. Estas palabras divinas evocan, en su misma manera de expresión, el arte de Mesoamérica donde también se aúna lo abstracto y lo concreto, los detalles y la fantasía para dar expresión plástica al misterioso mundo de los dioses, a las doctrinas acerca del mundo, del hombre y de la existencia en general.
CICLOS DE LOS MITOS COSMOGÓNICOS
LOS SOLES O EDADES QUE HAN EXISTIDO
Se refería, se decía
que así hubo ya antes cuatro vidas,
y que ésta era la quinta edad.
Como lo sabían los viejos,
en el año 1-Conejo
se cimentó la tierra y el cielo.
Y así lo sabían,
que cuando se cimentó la tierra y el cielo,
habían existido ya cuatro clases de hombres,
cuatro clases de vidas.
Sabían igualmente que cada una de ellas
había existido en un Sol (una edad).
Y decían que a los primeros hombres
su dios los hizo, los forjó de ceniza.
Esto lo atribuían a Quetzalcóatl,
cuyo signo es 7-Viento,
él los hizo, él los inventó.
El primer Sol (edad) que fue cimentado,
su signo fue 4-Agua,
se llamó Sol de Agua.
En él sucedió
que todo se lo llevó el agua.
Las gentes se convirtieron en peces.
Se cimentó luego el segundo Sol (edad).
Su signo era 4-Tigre.
Se llamaba Sol de Tigre.
En él sucedió
que se oprimió el cielo,
el Sol no seguía su camino.
Al llegar el Sol al mediodía,
luego se hacía de noche
y cuando ya se oscurecía,
los tigres se comían a las gentes.
Y en este Sol vivían los gigantes.
Decían los viejos,
que los gigantes así se saludaban:
"no se caiga usted", porque quien se caía,
se caía para siempre.
Se cimentó luego el tercer Sol.
Su signo era 4-Lluvia.
Se decía Sol de Lluvia (de fuego).
Sucedió que durante él llovió fuego,
los que en él vivían se quemaron.
Y durante él llovió también arena.
Y decían que en él
llovieron las piedrezuelas que vemos,
que hirvió la piedra tezontle
y que entonces se enrojecieron los peñascos.
Su signo era 4-Viento,
se cimentó luego el cuarto Sol.
Se decía Sol de Viento.
Durante él todo fue llevado por el viento.
Todos se volvieron monos.
Por los montes se esparcieron,
se fueron a vivir los hombres-monos.
El quinto Sol:
4-Movimiento su signo.
Se llama Sol de Movimiento,
porque se mueve, sigue su camino.
Y como andan diciendo los viejos,
en él habrá movimientos de tierra,
habrá hambre
y así pereceremos.
En el año 13-Caña,
se dice que vino a existir,
nació el Sol que ahora existe.
Entonces fue cuando iluminó,
cuando amaneció,
el Sol de movimiento que ahora existe.
4-Movimiento es su signo.
Es éste el quinto Sol que se cimentó,
en él habrá movimientos de tierra,
en él habrá hambres.
EL NUEVO SOL EN TEOTIHUACÁN
Se dice que cuando aún era de noche, cuando aún no había luz, cuando aún no amanecía, dicen que se juntaron, se llamaron unos a otros los dioses, allá en Teotihuacán.
Dijeron, se dijeron entre sí:
--¡Venid, oh dioses! ¿Quién tomará sobre sí, quién llevará a cuestas, quién alumbrará, quién hará amanecer?
Y en seguida allí habló aquel, allí presentó su rostro Tecuciztécatl. Dijo:
--¡Oh dioses, en verdad yo seré!
Otra vez dijeron los dioses:
--¿Quién otro más?
En seguida unos y otros se miran entre sí, unos a otros se hacen ver, se dicen:
--¿Cómo será? ¿Cómo habremos de hacerlo?
Nadie se atrevía, ningún otro presentó su rostro. Todos, grandes señores, manifestaban su temor, retrocedían. Nadie se hizo allí visible.
Nanahuatzin, uno de esos señores, allí estaba junto a ellos, permanecía escuchando cuanto se decía. Entonces los dioses se dirigieron a él, y le dijeron:
--¡Tú, tú serás, oh Nanahuatzin!
Él entonces se apresuró a recoger la palabra, la tomó de buena gana. Dijo:
--Está bien, oh dioses, me habéis hecho un bien.
En seguida empezaron, ya hacen penitencia. Cuatro días ayunaron los dos, Nanahuatzin y Tecuciztécatl. Entonces fue cuando también se encendió el fuego. Ya arde éste allá en el fogón. Nombraron al fogón roca divina.
Y, todo aquello con que aquel Tecuciztécatl hacía penitencia era precioso: sus ramas de abeto eran plumas de quetzal, sus bolas de grama eran de oro, sus espinas de jade.
Así las espinas ensangrentadas, sus sangramientos eran coral, y su incienso, muy genuino copal.
Para Nanahuatzin, sus ramas de abeto todas eran solamente cañas verdes, cañas nuevas en manojos de tres, todas atadas en conjunto eran nueve. Y sus bolas de grama sólo eran genuinas barbas de ocote; y sus espinas, también eran sólo verdaderas espinas de maguey. Y lo que con ellas se sangraba era realmente su sangre. Su copal era por cierto aquello que se traía de sus llagas.
A cada uno de éstos se le hizo su monte, donde quedaron haciendo penitencia cuatro noches. Se dice ahora que estos montes son las pirámides: la pirámide del sol y la pirámide de la luna.
Y cuando terminaron de hacer penitencia cuatro noches, entonces vinieron a arrojar, a echar por tierra, sus ramas de abeto y todo aquello con lo que habían hecho penitencia. Esto se hizo. Ya es el levantamiento, cuando aún es de noche, para que cumplan su oficio, se conviertan en dioses. Y cuando ya se acerca la medianoche, entonces les ponen a cuestas su carga, los atavían, los adornan. A Tecuciztécatl le dieron su tocado redondo de plumas de garza, también su chalequillo. Y a Nanahuatzin sólo papel, con él ciñeron su cabeza, con él ciñeron su cabellera; se nombra su tocado de papel, y sus atavíos también de papel, su braguero de papel.
Y hecho esto así, cuando se acercó la medianoche, todos los dioses vinieron a quedar alrededor del fogón, al que se nombra roca divina, donde por cuatro días había ardido el fuego. Por ambas partes se pusieron en fila los dioses. En el medio colocaron, dejaron de pie a los dos que se nombraban Tecuciztécatl y Nanahuatzin. Los pusieron con el rostro vuelto, los dejaron con el rostro hacia donde estaba el fogón.
En seguida hablaron los dioses, dijeron a Tecuciztécatl:
--¡Ten valor, oh Tecuciztécatl, lánzate, arrójate en el fuego!
Sin tardanza fue éste a arrojarse al fuego. Pero cuando le alcanzó el ardor del fuego, no pudo resistirlo, no le fue soportable, no le fue tolerable. Excesivamente había estado ardiendo el fogón, se había hecho un fuego que abrasaba, bien había ardido y ardido el fuego. Por ello sólo vino a tener miedo, vino a quedarse parado, vino a volver hacia atrás, vino a retroceder. Una vez más fue a intentarlo, todas sus fuerzas tomó para arrojarse, para entregarse al fuego. Pero no pudo atreverse. Cuando ya se acercó al reverberante calor, sólo vino a salir de regreso, sólo vino a huir, no tuvo valor. Cuatro veces, cuatro veces de atrevimiento, así lo hizo, fue a intentarlo. Sólo que no pudo arrojarse en el fuego. El compromiso era sólo de intentarlo allí cuatro veces.
Y cuando hubo intentado cuatro veces, entonces ya así exclamaron, dijeron los dioses a Nanahuatzin:
--¡Ahora tú, ahora ya tú, Nanahuatzin, que sea ya!
Y Nanahuatzin de una vez vino a tener valor, vino a concluir la cosa, hizo fuerte su corazón, cerró sus ojos para no tener miedo. No se detuvo una y otra vez, no vaciló, no se regresó. Pronto se arrojó a sí mismo, se lanzó el fuego, se fue a él de una vez. En seguida allí ardió su cuerpo, hizo ruido, chisporroteó al quemarse.
Y cuando Tecuciztécatl vio que ya ardía, al momento se arrojó también en el fuego. Bien pronto él también ardió.
Y según se dice, se refiere, entonces también remontó el vuelo un águila, los siguió, se arrojó súbitamente en el fuego, se lanzó al fogón cuando todavía seguía ardiendo. Por eso sus plumas son oscuras, están requemadas. Y también se lanzó el ocelote, vino a caer cuando ya no ardía muy bien el fuego. Por ello sólo se pintó, se manchó con el fuego, se requemó con el fuego. Ya no ardía éste mucho. Por eso sólo está manchado, sólo tiene manchas negras, sólo está salpicado de negro.
Por esto dicen que allí estuvo, que allí se recogió la palabra; he aquí lo que se dice, lo que se refiere: aquél que es capitán, varón esforzado, se le nombra águila, tigre. Vino a ser primero el águila, según se dice, porque ella entró primero en el fuego. Y el ocelote vino después. Así se pronuncia conjuntamente, águila-ocelote, porque este último cayó después en el fuego.
Y así sucedió: cuando los dos se arrojaron al fuego, se hubieron quemado, los dioses se sentaron para aguardar por dónde habría de salir Nanahuatzin, el primero que cayó en el fogón para que brillara la luz del sol, para que se hiciera el amanecer.
Cuando ya pasó largo tiempo de que así estuvieron esperando los dioses, comenzó entonces a enrojecerse, a circundar por todas partes la aurora, la claridad de la luz. Y como se refiere, entonces los dioses se pusieron sobre sus rodillas para esperar por dónde habría de salir el sol. Sucedió que hacia todas partes miraron, sin rumbo fijo dirigían la vista, estuvieron dando vueltas. Sobre ningún lugar se puso de acuerdo su palabra, su conocimiento. Nada coherente pudieron decir. Algunos pensaron que habría de salir hacia el rumbo de los muertos, el norte, por eso hacia allá se quedaron mirando. Otros, del rumbo de las mujeres, el poniente. Otros más, de la región de las espinas, hacia allá se quedaron mirando. Por todas partes pensaron que saldría porque la claridad de la luz lo circundaba todo.
Pero algunos hacia allá se quedaron mirando, hacia el rumbo del color rojo, el oriente. Dijeron:
--En verdad de allá, de allá vendrá a salir el sol.
Fue verdadera la palabra de éstos que hacia allá miraron, que hacia allá señalaron con el dedo. Como se dice, aquellos que hacia allá estuvieron viendo fueron Quetzalcóatl, el segundo nombrado Ehécatl y Tótec o sea el señor de Anáhuatl y Tezcatlipoca rojo. También aquellos que se llaman Mimixcoa y que no pueden contarse y las cuatro mujeres llamadas Tiacapan, Toicu, Tlacoiehua, Xocóiotl. Y cuando el sol vino a salir, cuando vino a presentarse, apareció como si estuviera pintado de rojo. No podía ser contemplado su rostro, hería los ojos de la gente, brillaba mucho, lanzaba ardientes rayos de luz, sus rayos llegaban a todas partes, la irradiación de su calor por todas partes se metía.
Y después vino a salir a Tecuciztécatl, que lo iba siguiendo; también de allá vino, del rumbo del color rojo, el oriente, junto al sol vino a presentarse. Del mismo modo como cayeron en el fuego así vinieron a salir, uno siguiendo al otro. Y como se refiere, como se narra, como son las consejas, era igual su apariencia al iluminar a las cosas. Cuando los dioses los vieron, que era igual su apariencia, de nuevo, una vez más, se convocaron, dijeron:
--¿Cómo habrán de ser, oh dioses? ¿Acaso los dos juntos seguirán su camino? ¿Acaso los dos juntos así habrán de iluminar a las cosas?
Pero entonces todos los dioses tomaron una determinación, dijeron:
--Así habrá de ser, así habrá de hacerse.
Entonces uno de esos señores, de los dioses, salió corriendo. Con un conejo fue a herir el rostro de aquel, de Tecuciztécatl. Así oscureció su rostro, así le hirió el rostro, como hasta ahora se ve.
Ahora bien, mientras ambos se seguían presentando juntos, tampoco podían moverse, ni seguir su camino. Sólo allí permanecían, se quedaban quietos. Por esto, una vez más, dijeron los dioses:
--¿Cómo habremos de vivir? No se mueve el sol. ¿Acaso induciremos a una vida sin orden a los macehuales, a los seres humanos? ¡Que por nuestro medio se fortalezca el sol! ¡Muramos todos!
Luego fue oficio de Ehécatl dar muerte a los dioses. Y como se refiere, Xólotl no quería morir. Dijo a los dioses:
--¡Que no muera yo, oh dioses!
Así mucho lloró, se le hincharon los ojos, se le hincharon los párpados.
A él se acercaba ya la muerte, ante ella se levantó, huyó, se metió en la tierra del maíz verde, se le alargó el rostro, se transformó, se quedó en forma de doble caña de maíz, dividido, la que llaman los campesinos con el nombre de Xólotl. Pero allá en la sementera del maíz fue visto. Una vez más se levantó delante de ello se fue a meter en un campo de magueyes. También se convirtió en maguey, en maguey que dos veces permanece, el que se llama maguey de Xólotl. Pero una vez más también fue visto, y se metió en el agua, y vino a convertirse en ajolote, en axólotl. Pero allí vinieron a cogerlo, así le dieron muerte.
Y dicen que, aunque todos los dioses murieron, en verdad no con esto se movió, no con esto pudo seguir su camino el dios Tonatiuh. Entonces fue oficio de Ehécatl poner de pie al viento, con él empujar mucho, hacer andar el viento. Así él pudo mover el sol, luego éste siguió su camino. Y cuando éste ya anduvo, solamente allí quedó la luna. Cuando al fin vino a entrar el sol al lugar por donde se mete, entonces también la luna comenzó a moverse. Así, allí se separaron, cada uno siguió su camino. Sale una vez el sol y cumple su oficio durante el día. Y la luna hace su oficio nocturno, pasa de noche, cumple su labor durante ella.
De aquí se ve, lo que se dice, que aquél pudo haber sido el sol, Tecuciztécatl-la luna, si primero se hubiera arrojado al fuego. Porque el primero se presentó para hacer penitencia con todas sus cosas preciosas.
Aquí acaba este relato, esta conseja; desde tiempos antiguos la referían una y otra vez los ancianos, los que tenían a su cargo conservarla.